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Dios creó un mundo bueno, donde reinaba la armonía. Cada cosa creada, cada órgano y sistema, funcionaba como debía ser. Sin embargo, el hecho de que exista un Diseñador perfecto, quien creó perfectamente, no niega el hecho de que también existió una caída.

Génesis 3 narra que la muerte entró al mundo perfecto de Dios, y las enfermedades que antes no existían comenzaron a aparecer. Todos los órganos —el corazón, los pulmones, el hígado, y aun el cerebro— comenzaron a padecer de disfunciones.

Incluyendo la depresión.

La depresión es una de esas enfermedades que surgieron fruto de la caída. La forma de pensar de los seres humanos se trastornó tanto que Pablo nos advierte: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro, sino que tanto su mente como su conciencia están corrompidas” (Tit. 1:15).

 

 

Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión es “un desorden mental común, caracterizado por una persistente tristeza o pérdida de interés en las actividades que normalmente disfrutarías, acompañada por una incapacidad de realizar actividades diarias, por al menos dos semanas”. La depresión es un desorden complejo. Un estudio publicado en 2016 demostró que hay cuatro diferentes subtipos dentro de la depresión persistente, dependiendo de los síntomas. Se estima que la depresión afecta a aproximadamente 300 millones de personas en el mundo, mayormente mujeres. Sabemos que si hay depresión en un miembro de la familia, el riesgo de que otros puedan padecerla aumenta. En personas que ya han padecido de depresión no es raro que esta se repita durante su vida. Podemos observar que esta disfunción tiene un componente genético; sin embargo, la relación entre la mente y el cerebro es compleja; no siempre es fácil saber dónde la termina biología y dónde comienzan los hábitos y conductas pecaminosas.

¿Cristianos deprimidos?

En muchos círculos cristianos existe la creencia de que es imposible para un verdadero creyente deprimirse a menos que esté en pecado, tenga falta de fe o falta de conocimiento bíblico. Sin embargo, un estudio de la Palabra demuestra que varios profetas se deprimieron: algunos por su propio pecado (como David), y otros por el pecado del pueblo (como Moisés). Jeremías se deprimió porque el Señor le reveló lo que le pasaría al pueblo judío… ¡se deprimió porque conoció la realidad!

Al decir que todos los pacientes deprimidos lo están por haber pecado, estamos haciendo mucho daño en los que están deprimidos por razones médicas. Estas personas terminan sintiendo los síntomas típicos de la depresión y además la culpabilidad por “haber pecado”, cuando muchas veces no lo han hecho. Generalizar de esta manera convierte a los acusadores en personas como los amigos de Job, quienes dieron consejos y explicaciones sin entender completamente la situación.

No podemos ver la depresión como toda espiritual, o toda biológica, ya que usualmente es una combinación de ambos componentes. El cuerpo y el alma están entrelazados. La depresión aumenta la oscuridad típica de la mente caída, resultando en un corazón más duro y egocéntrico. Nuestro corazón nos engaña (Jer. 17:9). Sentimos una especie de nube de duda y temor siempre encima, y una neblina que no nos deja ver las cosas como son. Comenzamos a pensar que esto nunca se irá. Los problemas parecen más grandes que las promesas de Dios, y las heridas y el dolor vencen nuestra fe. Como resultado, perdemos de vista que este mundo no es nuestro hogar. En vez de buscar las razones para alabar al Señor, preferimos maldecir nuestra crisis.

Como creyentes, hay muchas razones para tener gozo; sin embargo, seguimos viviendo en un mundo caído. Al conocer a Cristo, el Espíritu Santo ha abierto nuestros ojos y podemos ver la maldad en el mundo que nunca habíamos visto como no creyentes. Dios también nos sensibiliza al dolor y a la maldad, y no podemos ignorarlos, lo que puede convertirnos en el blanco de Satanás. Como si esto no fuera suficiente, el Espíritu Santo está continuamente exponiendo la maldad que no sabíamos que existía en nuestro propio corazón. Como en el caso de Jeremías, la depresión puede ser una respuesta a la realidad cuando uno se da cuenta de la profundidad de la maldad en el mundo y nuestra incapacidad de corregirla. Por eso hemos de aprender a confiar una y otra vez en Jesús, quien venció (Jn. 16:33).

Como médico y alguien que ha padecido de depresión, creo que este padecimiento frecuentemente es un instrumento en las manos de Dios para santificación. Si nada escapa la mano de Dios (Mt. 10:29-33) y Él usa todo para nuestro bien (Ro. 8:28), entonces Él puede utilizar la depresión para formarnos a su imagen.

Qué hacer en medio de la depresión

Y entonces ¿qué debemos hacer? Primero, buscar ayuda. Cristo nos dejó una familia, su Iglesia, porque Él conoce nuestras debilidades y la necesidad que tenemos.

Cuando la depresión es por pecado, la solución es arrepentirnos. Es posible que la depresión sea un llamado de Dios para volvernos al redil y sanarnos, porque el pecado nos esclaviza y nos separa de Dios. Oseas 6:1 nos dice: “Vengan, volvamos al Señor. Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará”. Sabemos que Jesús, el buen pastor, dejará las 99 ovejas para buscar a aquel que salió del redil (Lc. 15:4-7).

En la mayoría de los casos de depresión no producida por un desbalance químico, la consejería bíblica es suficiente para mejorar. Sin embargo, particularmente cuando la depresión es severa y la persona no responde a la consejería, puede ser que la medicación sea necesaria. Si la depresión es por un desbalance químico, la persona necesita buscar ayuda médica. Aunque la mayoría de las depresiones pueden ser tratadas de manera ambulatoria, las severas pueden requerir ingreso en un hospital. Cualquier persona psicótica (depresión acompañada de alucinaciones o delirios) o con pensamientos suicidas necesita ayuda psiquiátrica inmediata. El paciente psicótico requerirá antipsicóticos combinados con antidepresivos, mientras que las depresiones no psicóticas pueden necesitar antidepresivos e incluso, en algunos casos, antipsicóticos. Para los casos más severos, cuando el tratamiento con fármacos no ha sido exitoso, puede recurrirse a la terapia electroconvulsiva.

Para el creyente, el tratamiento médico siempre debe ser acompañado de consejería bíblica; es en la Palabra donde encontramos la verdad. El medicamento sin consejería bíblica no llega al raíz del problema, y cada vez que se trate de suspender los medicamentos la depresión regresará. En todos los casos, el cuerpo de Cristo debe involucrarse en la vida de la persona deprimida para sobrellevar la carga unos y de otros, como nos lo manda Gálatas 6:2.

Aguardando ansiosamente

Vivimos en un mundo caído, pecaminoso, disfuncional, y lleno de dolor. Romanos 8:22-23 nos dice: “Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo”.

El cuerpo humano es una “máquina” inmensamente complicada, creada por un Dios incontenible. Aunque nuestros cuerpos han sido quebrantados por la caída y son afligidos por toda clase de enfermedades físicas y mentales, podemos confiar en que —cuando regrese por los suyos— Dios recreará lo que Él creó.

 

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Fuente: coalicionporelevangelio.org