El ex presidente estadounidense Theodore Roosevelt dijo algo muy llamativo, «Compararse a sí mismo con los demás, roba la alegría de nuestra vida.» Personalmente he sentido muchas veces que me quedaría corta si tuviera que medirme con una u otra persona.
«¿Por qué es tan fácil para ella hablar con la gente? Todo el mundo la quiere. ¿Por qué no soy más parecida a ella? Me gustaría ser más sociable y popular.»
«La gente siempre le pide a él consejos y ayuda. Yo siempre paso desapercibida. Probablemente la ayuda que tengo para dar no es tan valiosa.»
«Él es tan seguro de sí mismo. ¿Por qué siempre siento que lucho para resolver las cosas?»
«Me hubiera gustado… sería tan bueno… Sería más sencillo… por qué no yo…?»
Dios conoce todas las cosas y los planes
Estos pensamientos son como un vacío que succiona la alegría de la vida. Un día que era lleno de sol puede ser de pronto oscuro y sombrío. ¿Por qué? Porque de pronto no sirvo en comparación con otra persona. Mi vida no es tan buena en comparación con la de otra. Pero Dios no nos ha creado para ser una copia de un cierto estándar. Él nos creó a cada uno con una personalidad, habilidades y dones únicos. Con circunstancias únicas. Y sí, esto me incluye a mí. Negarlo es negar que Dios sabía lo que hacía cuando me creó, cuando planeó mi vida. Si creo en Dios, entonces creo que Él me creó tal y como soy, y que tiene un cuidado personal por mí.
«Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!» (Salmos 139, 16-17)
Ahora me toca a mí usar lo que Dios me ha dado para servir y bendecir. Y no puedo hacer esto mirando a los demás y deseando ser más como ellos.
Sólo hay una cosa que importa, y es que sigo a Jesús.
En el evangelio de Juan leemos la historia donde Pedro le pregunta a Jesús sobre Juan. Jesús le responde: «¿Qué a ti? Sígueme tú» (Juan 21, 20-22). En realidad es así de simple. Sólo hay una cosa que importa, y es seguir a Jesús. No importa lo que este o aquel hace. ¡Simplemente no es asunto mío! Yo sigo a Jesús. Si realmente trabajo con esto en mi vida voy a experimentar que soy libre de la envidia y de toda baja autoestima, insatisfacción e intranquilidad que trae el compararse con los demás.
Las obras que Dios preparó para mí
Así que lo que tengo que hacer es dejar de compararme con otras personas, y solamente ser fiel a la dirección de Dios en mi propia vida. No puedo tratar de acomodarme a uno y otro – personas que parecen ser el tipo «correcto» de persona, o bien a uno que parece «tenerlo todo». Lo que puedo hacer es vivir mi vida según la Palabra de Dios. Pablo escribe: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.» (1 Timoteo 4,16) Entonces mi personalidad es limpiada y purificada del pecado, y me convierto exactamente en la persona que Dios pensó que fuera cuando me creó. Entonces seré capaz de hacer las obras que Él preparó para mí. «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» (Efesios 2,10)
Así que cuando soy tentada a compararme con los demás, sé lo que tengo que hacer. Orar a Dios que me fortalezca. «Gracias Dios por crearme exactamente así como soy. Ayúdame a ser humilde, de modo que pueda ver cómo debo seguir a Jesús en las obras preparadas de antemano para mí.» Si mantengo mi visión fija en seguir a Jesús, y no anhelo ser algo que no soy, entonces me dará la fuerza que necesito para servir y bendecir con lo que Él me dio, y simplemente ser yo misma en pureza, frente al rostro de Dios.
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Fuente: noticias.cristianas.com